viernes, 20 de noviembre de 2009

Por si acaso




Sentada con la vista al cielo, deseo que mis brazos se conviertan en alas, y que mi cuerpo se vuelva ligero como el de un ave para poder volar hacia ti, mi bien. Y si esto no funcionase, veo mis piernas, y me pregunto cuánto son capaces de resistir y qué tan rápido correrán por el asfalto de la carretera que me guía a ti. Y si éstas no soportaran lo necesario, creería en el poder de mis manos, y en la nobleza de un peregrino, que sin maldad alguna deseara acercarme a tu lado. Y si necesitara aún más, seguiría platicando con aquel que me ha dado la dicha de conocerte y que permitió me enamorara de ti, aquel que lleva por nombre Jesús. Ese que está a nuestro lado en cada una de nuestras dificultades, ese que nos lleva en sus brazos cuando nos sentimos exhaustos; ese que nos cuida pese a todo. Y le agradecería eternamente por traerme a éste mundo en el que existes tú. Y sin darme cuenta, Él ya me habría sentado frente a ti, me besaría la frente y pronunciaría un te amo para cada uno de nosotros. Entonces yo miraría al cielo y sonreiría, luego, sin notarlo, nuestros cuerpos estarán abrazados por siempre. Y mi corazón latiría más y más fuerte, como cada vez que estás cerca de mí, la emoción de besarte logrará que la sangre que corre por mis venas se agite por ti. Y enseguida, mis labios se moverían junto con mi lengua para poder decirte Te Amo tal y como eres, sintiéndome dichosa de ser de ti lo que soy. Cuanto más pasan las horas, sigo fiel a la gran bendición que Dios me ha enviado, que eres tú, y me aferro a la idea de que el sentido de mi vida en la tierra se logra completar cuando te amo, pues sin ti siento un gran hueco en mi alma, que nada lo llena. Todo me turba o marea sin la protección de tus brazos. Sin embargo, siempre me quedan fuerzas para luchar y vencer todas esas adversidades que los demás pintan para hacernos caer en nuestra gran lucha por defender el inmenso amor que sentimos y que seguiremos sintiendo mientras así lo queramos.

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